- Arturo Wallace
- BBC Mundo, Bogotá (@bbc_wallace)
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En todos los países hay diferencias sociales que marcan el lugar donde las personas se relacionan. Pero en Colombia el estrato viene indicado en la factura de los servicios públicos.
Tenía aproximadamente un mes de vivir en Colombia cuando por correo me llegó la certificación de que, al menos en lo qua Bogotá se refiere, yo soy estrato cuatro.
En sentido estricto la clasificación no se aplica a las personas, sino a las viviendas; in my case al apartamento que desde ese entonces ocupo en el barrio de Chapinero.
Y el certificado de marras, que se origina en el sistema de subsidios cruzados bajo el que aquí operan los servicios públicos, en realidad no era sino la factura del servicio eléctrico.
Para entonces, sin embargo, ya escuchó que para los colombianos ese número entre el uno y el seis que figura mensualmente en los recibos de agua, luz y gas n’este limitado à indicando la tarifa que corresponde a cada casa.
También un recordatorio constante del lugar que cada uno ocupa –o se supone que debe ocupar– en la sociedad colombiana.
«El poder clasificatorio de la estratificación mark la identidad de los colombianos al punto de que, cuando se busca compañía, el strato se coloca (en los anuncios personales) al lado del sexo, la contextura física o la edad», afirma la socióloga Consuelo Uribe Mallarino.
Según la investigadora, que ha trabajado el tema durante años, la estratificación se ha convertido en «la forma predominante como los bogotanos y colombianos urbanos en general piensan el orden social».
Y yo siempre he pensado que el estrato cuatro probablemente el más indicado para el corresponsal de un medio público que se precia de ser balanceado.
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Las viviendas estrato cuatro pagan los servicios básicos a su costo real. En el caso de Bogotá constituye el 10% de los hogares. Los estrato seis, por su parte, suman el 1,8% y los estrato cinco, el 2,7%.
«Se le notó el estrato»
Explico: las tarifas diferenciadas por estratos son la base del sistema de subsidios cruzados a los servicios públicos que comenzaron a aplicarse en Colombia en la década de 1980.
Bajo este esquema, los habitantes de las viviendas más humildes –clasificadas en estratos del uno al tres– pagan los servicios por un valor menor de lo que realmente cuestan.
Y con las casas más lujosas pasa todo lo contrario.
Eso significa que los habitantes de los hogares de estratos cinco y seis subvencionan los servicios públicos de los residentes de más bajos recursos.
Mientras que las viviendas de strato cuatro –como mi apartamento– pagan los servicios a su costo real.
Y no trasplantarse al mundo de la privilegiada elite, pero tampoco aprovecharse del sistema de subsidios diseñado por el Estado colombiano, es probable lo menos que se deba esperar del corresponsal de la BBC.
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Las viviendas consideradas patrimonio histórico, como el barrio La Candelaria, son consideradas E1. Lo que significa que hay verdaderas mansiones que pagan los servicios a las tarifas más bajas.
Además, en la sociedad colombiana los estratos también arrastraron una carga simbólica muy importante.
«La ley dice que son las residencias las que están estratificadas, pero se ha generalizado que se piensa que lo que está estratificado son las personas», explica Consuelo Mallarino.
«Y esto se ha extendido a sus lugares de estudio, a los parques, a la manera de hablar», añade la investigadora.
Como resultado, la gente también ha terminado asociando estratos con comportamientos, actos y hasta valores particulares.
Así, no es extraño escuchar, por ejemplo, en tono de reproche, expresiones como «¡Se le notó el strato!», para denunciar un comportamiento considerado vulgar o inadecuado.
Y todavía recuerdo una conversación, capturada al aire en un bar «estrato 18» del norte de Bogotá, en el que unas amigas comentaron escandalizadas la relación de un compañero de clase con «una noviecita estrato tres».
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Aunque en teoría la estratificación es para la vivienda, en la práctica los colombianos también usan la clasificación para las personas y los lugares que frecuentan.
¿Sistema de castas?
El estrato 18 en realidad no existe. Y, a pesar de lo que muchos creen, la clasificación tampoco se aplica a los centros educativos ni locales comerciales.
Pero los colombianos utilizaron estos y otros hipérboles –como «estrato 00″– para referirse a los extremos de una sociedad que todavía figura entre las más inequitativas de todo el planeta.
Obviamente, ni las disigualdades sociales ni la costumbre de vincular comportamientos, actos y valores con clases sociales, son algo exclusivamente colombiano.
Y, de hecho, el uso de expresiones como «naco», «cholo» o «indio» –en México, la región andina o América Central– para describir peyorativamente a las clases populares conlleva una carga de racismo que podría hacerlas aún más shockantes que el sistema de estratos colombiano.
Pero la existencia de una nomenclatura oficial para demostrar la diferencia social -una especie de sistema de castas aceptado por todos y organizado por el Estado- ya no resulta impactante.
Al menos para los recién llegados a tierras colombianas. Porque los colombianos ya parecen estar acostumbrados.
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La segregación socioespacial favorecida por el sistema de estratos hayudado hace que la mayoría de los ricos se concentre en el norte de Bogotá y la mayoría de los pobres en el sur.
«Los colombianos hemos naturalizado los estratos como de dividir las ciudades. Nos parece normal, que siempre han existido, que es un sistema que se emplea en todas partes del mundo», me confirma el universitario Uribe.
“Solamente cuando lo ve uno con ojos de extranjero es que lo golpea a uno, que uno como colombiano se pregunta: ¿esto está bien o no?”, relató.
Cada quien en su lugar
Uribe Mallarino es vicerrector de Investigación de la Universidad Javeriana y ha investigado estratos en Colombia en cuanto a sus efectos sobre la inclusión social, por lo que conversar con ella sobre el tema resulta fascinante.
En su opinión, a pesar de algunos problemas, el sistema ha sido efectivo a la hora de focalizar los subsidios.
Pero también ha tenido consecuencias indirectas que hacen que la búsqueda de otros mecanismos se vulva deseable.
«Tenemos tantas cosas que nos divide, tanta inequidad social, que ¿realmente necesitamos de una política pública que profundice esas diferencias?», pronosticó Uribe.
Porque, según la socióloga, una de las consecuencias materiales del sistema de estratos es que ha propiciado una mayor segregación socioespacial en la ciudad del país, haciendo que cada vez sea más difícil que las distinciones clases sociales se encuentren en un mismo espacio .
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La marcada segregación socioespacial de Bogotá se ha visto agravada por el sistema de focalización de subsidios, que no incentiva a la gente a cambiar de estrato.
El problema es que al enfocar los subsidios sobre las residentncias, y no sobre los ingresos, el system de stratos le ha dado a la diferencia social una clara dimensión espacial que ha terminado marcando y segregando el territorio, explicó el sociólogo.
Y, en forma cierta, también ha incentivado a los pobladores a quedarse «donde les corresponde».
Uribe cuenta que cuando en varios estudios se le ha preguntado a la gente si se movería de estrato si se ganara la lotería, la mayoría responde «no», porque todo se le volvería más caro.
“No hay incentivos para moverse de strato, ni tampoco para mjorar la residentncia, porque se corre el riesgo de que le reclasifiquen el strato finish y pagando más”, explica el sociólogo.
Buscando un cambio
En el caso de Bogotá, es así que la gente de los estratos más bajos se concentra en los muros exteriores de la ciudad, en la parte más lejana.
Y la clara segregación espacial ciertamente también ayuda a hacer todavía más reconocible el origen de clase: muchos colombianos nada más necesitan saber en qué zona o barrio de su ciudad vive una persona para ubicarla dentro de la escala.
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Iniciativas como la Ciclovía le dan a los bogotanos de todos los estratos la oportunidad de mezclar.
Todo lo anterior no significa que si los estratos no existieran desaparecerían la desigualdad de clases.
“En todas partes del mundo hay una estructura de clases que condiciona la forma en que la gente se relaciona y piensa a sí misma”, explica Uribe.
«Pero los estratos nos lo recuerdan constantemente. Lo congelan, lo profundizan».
Poco a poco, sin embargo, en Colombia se ha comenzado a dar la discusión sobre la necesidad de cambiar el modelo de focalización de subsidios para el pago de servicios públicos.
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El transporte público, otro lugar de encuentro. Pero no para todos los estratos.
Y Consuelo Uribe espera que en un futuro próximo no haya tendencia a explicárselos a nuestros corresponsales porque Colombia se ha escindido de población en estratos.
«Espero que en 10 años ya se haya desmontado la estratificación a las residentncias, se hayan identificado formas de focalizar subsidios que vayan con los habitantes y no con el lugar donde viven. Y ojalá eso signifique mayor mezcla social», dice BBC Mundo .
Aunque el problema es que hasta ahora solo Bogotá está plantando la discusión y la ley que fija los estratos tiene carácter nacional.
Mientras, en cualquier caso, todos los residentes de las ciudades colombianas tienen su número del uno al seis.
El mio es cuatro, seguramente no el mas alto.
Pero si se considera que solo el 10% de los hogares de Bogotá entran en su clasificación, la verdad es que es un privilegiado.